El ridículo

SI, COMO decía Perón, en política se puede volver de todo, menos del ridículo, la primera víctima irrecuperable del escándalo de los sobres es Cospedal. Su papelón fue especialmente cruel a ojos de quien, el pasado jueves, siguiera en el televisor su rueda de prensa y, al mismo tiempo, estuviera pendiente de las novedades en las webs de los periódicos. Cuando parpadeó en rojo una «última hora», me imaginé a un empleado del PP derramando los cafés de aquellos con los que se cruzara para avisar a Cospedal de que, justo mientras ella negaba las informaciones y apelaba al honor del partido con una resolución comparable a la de Escarlata O'Hara cuando juraba no volver a pasar hambre, el presidente del Senado admitía la veracidad del renglón que lo concierne. Como tengo experiencia en ridículos, en ocasiones como ésa recomiendo cantar el Cocouaua mientras se camina hacia atrás imitando a Chiquito de la Calzada hasta salir de la estancia.

El PP ya ha esbozado dos líneas de defensa. Una, pasar por víctima ante una agresión. Y sólo le falta añadir que ese ataque es a la nación que el partido encarna para imitar el fatalismo del nacionalismo catalán, que al menos cuenta con la ventaja de disponer en su entorno de un periodismo orgánico que jamás publicaría portadas como las de los dos grandes periódicos de Madrid. La otra, desacreditar al informador por su mala calaña y sus apuros judiciales, como si no fuera ése el perfil habitual del chivato, incluyendo a los «arrepentidos» de la Mafia. Lo malo es que necesitan la colaboración de sus periodistas de servicio, que se enfrentan a la incómoda situación de que todo servilismo puede ser entendido ahora como una confesión implícita de sobre.

La neutralización de un presidente del Gobierno que no podrá volver a exigir nada con pretextos morales. El insólito espectáculo de este incendio nacional que convierte el teclado en la lira de Nerón. Ante eso estamos. Con todo, me quedo con alguna conversación con miembros no directivos del PP en las que se salva un resquicio de la honra del partido. Me refiero a la gente del Norte que se siente frustrada, asqueada, por haberse jugado la vida por un sentido heroico del ideal sin saber que ocurría esto. Que Bárcenas, como si fueran mariposas, iba clavando almas en su libreta fáustica. A esos peperos vascos, les digo lo que la canción de Sabina: «Pongamos que hablo de Madrid».

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